jueves, 25 de febrero de 2010

Amar a nuestros enemigos: El dulce sabor amargo


por el hermano Marcos García, febrero de 2010

Uno de los mandatos en los que, a mi juicio, el señor hizo más énfasis es aquel que se encuentra en Mateo 5:44, y reza así: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen;

Jesús nos manda a amar a nuestros enemigos haciendo tres cosas:
1. Bendiciéndolos: que es invocar el apoyo activo de Dios para el bienestar y la prosperidad del enemigo.
2. Haciéndoles bien.
3. Orando por ellos.

El Sol de Justicia habla así con toda propiedad dado que él conoce a Dios, él es Dios, y él conoce el corazón del hombre. Sabe lo difícil que es para nosotros perdonar a nuestros enemigos, mas, también sabe que el hacer estas cosas recomendadas nos ayuda en el proceso de perdonar.

Quiero tomar como ejemplo de amor a nuestros enemigos el conocido caso de David y Saúl. No hay en toda la Escritura un solo relato donde, aunque sea por un instante, el joven David de indicios de otra cosa que no sea amar al hombre que lo llegó a odiar tanto y con tanta vehemencia que deseó su muerte de muchas maneras.

Personalmente me causa dolor cuando leo que el rey Saúl se convirtió en un estratega para propiciar la muerte del aquel a quien Jehová llamó un hombre conforme a su corazón.

El camino al trono de Israel fue verdaderamente una senda de angustias y dolores para el joven David. Todo el que alguna vez se ha internado en Las Sagradas Escrituras, sin ninguna dificultad ha descubierto que el rey Saúl era enemigo mortal de David. Pero deténgase por un instante y piense: si es difícil convivir con un enemigo sencillo, ¿cuánto más lo será cuando nuestro adversario es la máxima autoridad de la nación? ¿Cuando nuestro enemigo es alguien que cuenta con el apoyo de toda una fuerza militar, bajo sus órdenes, para destruirnos?

No deje de tener en cuenta que David amaba a Saúl, Saúl era su enemigo, pero David no le correspondía de igual manera, David deseaba la armonía entre ellos.

A través de la lectura de los 75 salmos escritos por el rey David nos percatamos que en varios de ellos, al igual que nosotros, David también deseó cosas malas, cosas muy malas para sus enemigos. Basta con leer el Salmo 55:12~15 donde el rey tremendamente dolido por causa del mal que le hizo un hombre a quien él consideraba su amigo, luego de contar toda su angustiosa sorpresa, pide para este infiel una muerte horrible: 55:12 Porque no me afrentó un enemigo, lo cual habría soportado; Ni se alzó contra mí el que me aborrecía, porque me hubiera ocultado de él; 55:13 Sino tú, hombre, al parecer íntimo mío, mi guía, y mi familiar; 55:14 Que juntos comunicábamos dulcemente los secretos, y andábamos en amistad en la casa de Dios. 55:15 Que la muerte les sorprenda; Desciendan vivos al Seol, porque hay maldades en sus moradas, en medio de ellos.

Hay ocasiones en que usted, enojado por las injusticias que le salen al paso, deseará declarar la oración de David en el Salmo 139:21~22: ¿No odio, oh Jehová a los que te aborrecen, y me enardezco contra tus enemigos? Los aborrezco por completo; los tengo por enemigos. Pareciera que él cree que le está haciendo un favor a Jehová odiando con tanta pasión a los enemigos del Creador. Esto pasa con frecuencia en nuestros días, pero lo peor es que quienes lo practicamos nos hacemos llamar cristianos.

Hay razones contundentes por la que Dios llamó a este hombre, varón conforme a mi corazón. Nótese que David finalmente descubrió el espíritu grato de la ley. Él aprendió que es posible odiar lo malo en alguien sin odiar a la persona. Él escribió: Salmo 101:3 …Aborrezco la obra de los que se desvían; 119:104 …he aborrecido todo camino de mentira; 119:163 La mentira aborrezco y abomino.

Hoy día, debido a la mala predicación, tenemos un concepto equivocado de lo que es amor. La promovida tolerancia nos impele a amar al pecador conjuntamente con su pecado, de manera tal que nos cuesta más amar a nuestros enemigos, porque nos han casado el producto, nos obligan a tomarlo como un paquete.

Veamos el caso de Pablo, quien seguía el ejemplo de Jesús. No se equivoque, Pablo odiaba el pecado de ellos. Sus traiciones le entristecían y él hablo en contra de su maldad. Pero nunca dejo de amarles o de orar por sus almas. Él testificaba: … nos maldicen y bendecimos; padecemos persecución y la soportamos. Nos difaman, y rogamos; 1 Corintios 4:12~13. Así como Pedro escribió de Cristo, quien, cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente; 1 Pedro 2:23.

La reacción que tenemos frente a las ofensas muchas veces nos conduce a empeorar las mismas elevándolas a un nivel infranqueable. Lo recomendable es hacer nada hasta que nuestra ira haya pasado. No debemos hacer una decisión o dar seguimiento a cualquier acción mientras estamos airados, recordemos al sabio escritor de los Proverbios cuando dijo: La cordura del hombre detiene su furor, 19:11. Es muy posible que ante nuestra cordura nuestro enemigo u ofensor llegue a hablar como lo hizo Saúl. 1 Samuel 24:17 NVI Y alzando la voz, se echó a llorar. 17 Has actuado mejor que yo, continuó Saúl. Me has devuelto bien por mal. 18 Hoy me has hecho reconocer lo bien que me has tratado, pues el Señor me entregó en tus manos, y no me mataste. 19 ¿Quién encuentra a su enemigo y le perdona la vida?¡Que el Señor te recompense por lo bien que me has tratado hoy!

La gloria del hombre no es ofender con mayor fuerza a su rival, es pasar por alto la ofensa, Proverbios 19:11. La carta a los romanos comúnmente se le considera la más grande exposición de doctrina cristiana en toda la Escritura. Desarrolla de forma lógica y ordenada profundas verdades teológicas. Allí el apóstol Pablo remeda a Jesús cuando con un amor desprovisto de intereses particulares, políticos o religiosos nos dice: Bendecid a los que os persiguen; bendecid, y no maldigáis, Romanos 12:14; Antes bien, Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber. Actuando así, harás que se avergüence de su conducta, Romanos 12:20.

La razón más grande por la que debemos perdonar la encontramos en el último versículo del capítulo 4 de la carta que desde la cárcel escribió Pablo a los efesios. Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo.

El texto es inspirador. Y es que el perdón que recibimos y por el cual se nos pide que perdonemos está escrito en un pasado tan distante y tan real como fue el día que el Señor murió en el calvario, y está escrito para un presente tan actual como el día que usted y yo tenemos hoy frente a nuestros ojos.

Perdonar no debe ser un acto de una sola vez, sino un estilo de vida, perdonar no es asunto de seleccionar a quien hacerlo. El no perdonar trae hambruna espiritual, debilidad y hace menguar la fe. Sin embargo, perdonar transforma vidas, llena nuestra copa de bendiciones espirituales, de abundante paz, gozo y descanso en el Espíritu Santo.

Hasta pronto, amigos y hermanos.

Seguidores

Solamente Por Un Día

Solamente Por Un Día
Especie Rara